En la ciudad en la que vivo hay ruido, mucho ruido, a todas horas, en todos los lugares, o en casi todos.
Hay un ruido que se nota, mucho, el de los coches. Hay veces que este ruido hace que no pueda mantener una conversación normal con la persona que camina a mi lado. Pitidos, motores rugiendo, acelerones, sirenas de ambulancias, silbatos de policía... Lllega a ser mareante en ocasiones.
En los bares, restaurantes y demás, también hay mucho ruido. La gente habla muy alto, hay mil conversaciones que se meten en la mía, la música de fondo está muy alta. Hay veces en las que es casi imposible hasta escucharse a uno mismo.
Igualmente pasa en la oficina. Ordenadores encendidos, aparatos de aire, teléfonos sonando, conversaciones del vecino. Ruido por todos los lados.
Incluso cuando estoy en silencio, noto que hay ruido. Un ruido de fondo, como un murmullo, como si a través del suelo que piso se transmitiese que la ciudad entera está chillando, gritando, pitando. A veces, cuando duermo en León, a mitad de la noche me desvelo sin saber el motivo, y de repente me doy cuenta de que allí falta ese murmullo de fondo, ese ruido.
Por suerte, en algunas ocasiones, ese ruido parece desaparecer por un instante. Tengo que estar atento, pendiente, porque es tan sólo un segundo, para disfrutarlo y hacer que me parezca más tiempo del que es, y descansar.
Me pasa al salir a correr por la Dehesa. El parque es una sucesión de pequeñas lomas, que crean a su vez pequeños valles, encajonados, en los que ese ruido no consigue penetrar, y puedo escuchar mi respiración y los cantos de los pájaros.
También hay lugares donde el ruido desaparece. El viernes estuve cenando, en un japonés. Es local pequeño, con las mesas apretadas. Pero por algún motivo, pese a que todos estábamos tan cerca, las conversaciones no eran molestas, no había música que las intentase ahogar.
Y ayer fui a un concierto. Se trataba de un grupo de música "tradicional", de un antiguo compañero de la escuela, violinista. El concierto también tenía ruido de aparatos eléctricos, amplificadores y micrófonos que se acoplan, de gente, de conversaciones, pero por suerte, una vez más había momentos en los que el ruido se difuminaba. Y entonces, el sonido de las cuerdas del violín inundaba todo el local, por unos segundos, que parecían eternos.
Hay un ruido que se nota, mucho, el de los coches. Hay veces que este ruido hace que no pueda mantener una conversación normal con la persona que camina a mi lado. Pitidos, motores rugiendo, acelerones, sirenas de ambulancias, silbatos de policía... Lllega a ser mareante en ocasiones.
En los bares, restaurantes y demás, también hay mucho ruido. La gente habla muy alto, hay mil conversaciones que se meten en la mía, la música de fondo está muy alta. Hay veces en las que es casi imposible hasta escucharse a uno mismo.
Igualmente pasa en la oficina. Ordenadores encendidos, aparatos de aire, teléfonos sonando, conversaciones del vecino. Ruido por todos los lados.
Incluso cuando estoy en silencio, noto que hay ruido. Un ruido de fondo, como un murmullo, como si a través del suelo que piso se transmitiese que la ciudad entera está chillando, gritando, pitando. A veces, cuando duermo en León, a mitad de la noche me desvelo sin saber el motivo, y de repente me doy cuenta de que allí falta ese murmullo de fondo, ese ruido.
Por suerte, en algunas ocasiones, ese ruido parece desaparecer por un instante. Tengo que estar atento, pendiente, porque es tan sólo un segundo, para disfrutarlo y hacer que me parezca más tiempo del que es, y descansar.
Me pasa al salir a correr por la Dehesa. El parque es una sucesión de pequeñas lomas, que crean a su vez pequeños valles, encajonados, en los que ese ruido no consigue penetrar, y puedo escuchar mi respiración y los cantos de los pájaros.
También hay lugares donde el ruido desaparece. El viernes estuve cenando, en un japonés. Es local pequeño, con las mesas apretadas. Pero por algún motivo, pese a que todos estábamos tan cerca, las conversaciones no eran molestas, no había música que las intentase ahogar.
Y ayer fui a un concierto. Se trataba de un grupo de música "tradicional", de un antiguo compañero de la escuela, violinista. El concierto también tenía ruido de aparatos eléctricos, amplificadores y micrófonos que se acoplan, de gente, de conversaciones, pero por suerte, una vez más había momentos en los que el ruido se difuminaba. Y entonces, el sonido de las cuerdas del violín inundaba todo el local, por unos segundos, que parecían eternos.
1 comentario:
Qué bueno el Forges ;-)
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