Anoche, después de salir de trabajar, en mi mini-destierro por tierras alavesas, me acerqué a la piscina cubierta que he tenido la suerte de encontrar a dos manzanas del hotel.
No me suele gustar mucho ir a nadar entre semana a la piscina, o a determinadas horas, pues las calles libres suelen estar bastante llenas de gente. Por suerte, en la de ayer, no éramos muchos, y además, nos entendimos bien. Al principio coincidimos tres en la misma calle, y la cosa fue sin mayor problema, pues los otros dos chicos, aunque tenían un ritmo mejor que el mío estaban haciendo series y demás, y no nos molestamos en ningún momento. Así trascurrieron los primeros 500 metros, hasta que a falta de unos seis largos para completarlos apareció otro chico que se sumó al grupo.
Paré un momento a descansar, ajustarme las gafas, y a controlar cuál era la situación en mi calle. Bien, éramos cuatro. Los dos chicos del principio, el que acababa de llegar, y yo. El nuevo en la calle parecía estar haciendo nado continuo, a un ritmo similar al mío, así que me decidí a seguirle. Vino hacia la pared en la que estaba esperando, se giró, comenzó el nuevo largo, y me puse a seguir sus pies.
Nunca antes había hecho nado continuo a los pies de nadie, pues las veces que lo había intentado el ritmo de la otra persona no era el adecuado, o los giros que hacía en la pared no permitían acercarse mucho, o la calle estaba tan llena que era prácticamente imposible hacer algo continuo. Pero en esta ocasión la cosa fue como la seda. El ritmo era perfecto. Los otros compañeros de calle no estorbaban ni nosotros a ellos. Y los giros eran correctos.
No sé cuántos largos hice, ni el tiempo. Sólo sé que fue bastante. Los otros dos compañeros de calle se fueron, entraron otros nuevos. Pero no importaba nada, yo continuaba allí, siguiendo el ritmo de mi “liebre” acuática. Lo demás daba igual, sólo importaba nadar. Un largo, otro, relajado al rebufo del compañero. Pensando en ir de manera correcta, en respirar bien, alternando las bocanadas. Pendiente de hacer buenos gestos con los brazos, con los dos igual, ya que el brazo de la clavícula lo tengo un poco más vago. Un largo, otro… ¿Más de un kilómetro? Tal vez. Sin parar. Nunca había hecho tanta distancia continua, del tirón, tan relajado.
Pero todo lo bueno se acaba, y mi liebre decidió darse un respiro, hacer un par de largos relajado, e irse, mientras yo continuaba otros 500 metros más, esta vez en solitario.
No tuve tiempo de darle las gracias. A ver si para la próxima vez que me acerque por allí volvemos a coincidir, y tengo la ocasión de darle las gracias, y de decirle: “A sus pies”.
2 comentarios:
Y que bien se va cuando pillas unos buenos pies. ¿eh?
Me alegro de tu progresión. Vas viento en popa. El año que viene tenemos que planificar algo, ¿Te parece?
Sí, da gusto pillar unos buenos pies.
Hoy, en cambio, en la piscina de al lado de casa, ha tocado sufrimiento... ¡qué piscina! Hasta tenía corrientes atravesándola. A los 20' estaba desesperado y me he ido a casa.
Habrá que buscar mejores alternativas.
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