No suelo ver el Tour de Francia, pues estoy en la oficina trabajando. Pero los viernes, que salgo antes, o el fin de semana, si puedo, me gusta ver las etapas.
Me recuerda a cuando pasaba los veranos en el pueblo, y después de comer me sentaba en el sillón. Durante las etapas llanas, de la primera semana, lo habitual era que me quedase medio frito. Pero luego llegaban las etapas de montaña, primero con Perico, y luego, con Indurain, y en ésas si que no apartaba la vista del televisor ni un momento.
Al acabar la etapa, no podía menos y cogía mi bici, y salía al monte o a la carretera. No había nadie por las calles, pues aún pegaba demasiado fuerte el sol. Yo era el único, y me imaginaba mientras subía la cuesta del priorato, o la del cementerio, que estaba atacando al pelotón, demarrando en mitad de los Alpes, en una fuga, dando vueltas a los pedales lo más rápido que era capaz. Hacía cada tarde una etapa más de mi Tour particular, imaginándome que corría, codo con codo, con todos aquéllos que veía por la tele.
Hoy ha salido un nuevo positivo por dopaje en el Tour. Y muchos más ha habido a lo largo de estos últimos años, en el ciclismo y en el atletismo también. Me sigue gustando ver las etapas por la tele, a veces echando una pequeña cabezada si no hay mucho interés, como antes. Pero ya no me imagino compitiendo codo con codo con ellos. Prefiero imaginarme que estoy en buena compañía, llegando con la bicicleta a casi cualquier rincón, o simplemente dando un paseo con ella por el parque al lado de casa. Y lo mejor de todo es que, además de imaginármelo, también lo hago realidad. Sin trampa ni cartón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario