Desde aquí quisiera dar las gracias a los tenderos.
En estos tiempos en los que parece que sólo existe internet, tiempo de centros comerciales, tiendas clónicas, limpias y relucientes, grandes superficies, el usar y tirar y demás, por suerte, aún siguen exisitendo los tenderos.
Los tenderos y sus tiendas, ésas pequeñas, de barrio, de las de toda la vida. Esas tiendas que sólo aparecen en las "páginas amarillas". Ese taller de debajo de casa, sucio y lleno de grasa. Ese tendero que siempre tiene la pieza que necesito de un aparato que hace tiempo no se fabrica y que quiero reparar, ese zapatero remendón. "Los cicutas", que desaparecen en la trastienda y vuelven al momento con lo que llevaba días buscando, o aquél otro que, con una mueca de sonrisa me dice: "Tranquilo, eso te lo consigo yo en un momento... pásate mañana", y lo consigue, claro que lo consigue.
Alguien se debería encargar de hacerles un monumento, o poner su nombre a una calle importante, o declarar al tendero y a su tienda como especie protegida.
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