sábado, 12 de septiembre de 2009

Turismo de zapatilla VI. Nueva York.

Estas vacaciones he estado en Nueva York, y no he dejado escapar la oportunidad de hacer también algo de turismo de zapatilla.


Dicen que el maratón de Nueva York es uno de los más famosos del mundo, y empieza en Staten Island, cruzando el puente Verrazano en sus primeros kilómetros. Por lo visto debe ser impresionante la salida, con gente corriendo sobre el puente, tanto en el piso superior como en el inferior, y uniéndose algo más tarde todos los corredores, ya en el recorrido común.

Yo me acerqué a correr a Central Park, y lo que sí que puedo asegurar es que éste es el lugar en el que yo haya estado donde más corredores me he encontrado. El primer día, sábado, salí del hotel a eso de las siete y media de la mañana. Tras subir unas diez calles y llegar al parque, pensando que encontraría el parque todo para mí, me llevé una sorpresa. Cientos de personas corriendo y montando en bicicleta por todos los lados. Los corredores, de todo tipo: sólos, en grupos grandes, mucha gente con sus cascos de música, otros charlando... y mujeres, muchas mujeres corredoras.

Orientarse al principio se hace un poco complicado, pues al adentrarse en el parque se deja de ver la ciudad y se pierde un poco la noción del espacio. Todo hasta que me di cuenta de que en la carretera principal que usa todo el mundo como pista para correr, las farolas tienen marcado en números blancos la calle en la que se encuentran. Así es mucho más fácil saber si se está en el este, el oeste, o a la altura de la calle 100 o la 91.

Aunque pueda parecer llano, no lo es, ni mucho menos. Es una sucesión de cuestas y toboganes, salvo al dar la vuelta al lago, en el centro del parque, que tiene una pista de tierra totalmente llana que lo rodea y que tiene también unas magníficas vistas de la ciudad.



El segundo día, ya de labor, fue el martes, también por la mañana temprano. Y una vez más, mucha gente corriendo o en bicicleta, aunque menos que el fin de semana. Pero sin duda este día la aventura fue llegar hasta el parque y volver al hotel. En plena hora punta, de entrada a las oficinas. Gente, mucha gente, repartidores, camiones, obras, semáforos. Un auténtico caos. Por suerte, dentro del parque, todo parece diferente. Los árboles amortiguan el ruido de los motores y los pitidos de los conductores, y todo se vuelve un poco más amable.

Algún día habrá que volver para cruzar el puente Verrazano y acabar en Central Park.

2 comentarios:

Mildolores dijo...

Una pasada de ciudad lo mires como lo mires. Me encantó.
También pensamos volver con la misma intención que tú.

Igor dijo...

Yo una vez ya lo intenté, pero las dichosas lesiones no me dejaron. Y aunque tenía hasta el avión y el alojamiento, tampoco pudo ser al final.
Espero que la próxima vez tenga más suerte ;- )