Tengo la suerte de que la oficina en la que trabajo realmente no es una oficina, es más bien una casa. Por lo tanto tenemos hasta una cocina y un microondas, con platos, cubiertos, sartenes… todo un lujo.
No todos los que allí trabajamos comemos también en ella. De hecho, sólo Efraín y yo solemos comer todos los días en la oficina. El resto se va a algún bar a comer menú del día. Así que se puede decir que todos los días tengo comida casera.
El día antes en casa me preparo mis “tarteras” con la comida y así sólo tengo que calentarla en el microondas. E incluso alguna que otra vez me llevo algún filete de ternera o de pollo, o pescadito, y me lo hago en la sartén con un poco de aceite.
Pero claro, no todos los días apetece cocinar. Y entonces, ¿qué hacer? ¿Sufrir un menú del día en cualquier bar del lugar apestando a humo de cigarro? No, también en esto tengo suerte, y es que existe a una manzana de la oficina un lugar en el que sirven comida casera para llevar… ¡menudo descubrimiento! Y qué ricos están los menús. Conozco pocos lugares en los que sirvan una comida tan sabrosa y tan bien hecha, tan parecida a la que se puede comer en casa, cocinada con esmero y cariño por esas madres y padres, que también los hay.
Así que vaya desde aquí mi más sentido homenaje y agradecimiento a la buena mujer (el lugar se llama Comidas Caseras María Recio) que tuvo la brillante idea de montar un negocio así.
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