Lo reconozco, me gusta correr, como se deduce de la fotografía que acompaña mi perfil.
Me gusta por varias razones. Entre ellas las habituales de “por mantenerme en forma”, “para desconectar y eliminar tensiones”, y aquella otra de “por competir conmigo mismo”. Pero también hay otra razón que muchas veces puede pasar desapercibida, y es para conocer los lugares que visito. Me gusta llegar a un sitio, calzarme las zapatillas y salir a descubrir mundo. Es lo que yo llamo turismo de zapatilla. Me sirve para ubicarme y conocer el sitio donde estoy, es como una ampliación de mi visita a los lugares. Siempre de la forma que conozco en la que dejo menor rastro. Y además sirve para fardar un poco, “pues ya pasé por aquí esta mañana, si ahora vamos hacia allá llegaremos en un momento a…” o “¡¡y subiendo hasta allí arriba hay unas vistas…!!”.
Tampoco es que yo sea un tío muy viajero, pero a ver si consigo ir colgando alguna que otra foto de los lugares que visito y por los que corro.
La primera huella que dejo en esto del turismo de zapatilla va dedicada a Roma. La foto es de la Fontana de Trevi… bueno, realmente es del mogollón que se forma justo delante, que yo creo que me impresionó más que la fuente en sí.
Se trató de un viaje relámpago, gracias a María, que me eligió como acompañante para ir a recoger su premio periodístico. Así que mientras ella, el viernes por la mañana, iba a una charla-conferencia-mesa redonda, yo me dedicaba, bajo una fina lluvia, a conocer Roma, entre el caos de gente, coches, turistas… La Plaza de la República, la fontana, la Plaza de España, el río Tíber, la cúpula de San Pedro del Vaticano, las vespas, un par de manifestaciones, los taxis romanos… el caos, vamos.
Me quedé con ganas de decir una cosa en Roma, y es que no encontraba el momento adecuado, así que lo suelto aquí…
¡Prego!
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