Dicen que Reinhold Messner es el hombre que ha revolucionado el alpinismo y la escalada. Fue la primera persona en subir al Everest en solitario y sin la ayuda de oxígeno, y también en subir 14 ochomiles, y muchas cosas más. Ahora ha escrito su autobiografía, “Mi vida al límite”. He encontrado este fragmento por ahí.
La pregunta era cómo enfrentarme a la experiencia del fracaso. El fracaso en sí no es lo importante. Lo que lo sigue de inmediato, la interiorización, el cuestionamiento del propio yo, así como la desesperanza, son las claves para afrontarlo. Es un nuevo comienzo y una oportunidad para darse cuenta de las propias limitaciones y crecer con la duda. Mi disposición interna ha ido cambiando sobre todo gracias a mis repetidos fracasos. Y con ello no me he vuelto más blando, sino más resistente.
Y es que, al fracasar, descubrimos nuestras limitaciones. Por eso el fracaso es una experiencia más intensa que el éxito. Coronar la cumbre significa que lo has logrado, nada más; con ello desaparece el objetivo. Con el fracaso, el objetivo permanece. Puede que después venga la desesperación como necesidad de entender el fracaso, como aceptación de los propios límites. ¡Cuántas veces he fracasado!, ya cuando era un muchacho. Pero, quien nunca haya fracasado de joven, puede que más tarde no entienda la desesperación como un mensaje, como reconocimiento de la propia limitación, sino que perciba el fracaso como un callejón sin salida. Sí, hay que ir asimilando el fracaso poco a poco. Al hombre que se hunde con la primera derrota le ocurre lo mismo que al escalador que, al verse en la grieta de un glaciar, no se defiende, no se opone a la desesperación agresivamente, luchando por su vida con fuerza. Siempre que me he enfrentado a nuevos desafíos no ha sido porque fuera más ambicioso que los demás, sino porque quizás veía en el fracaso un motivo suficiente para volver a intentarlo.
La pregunta era cómo enfrentarme a la experiencia del fracaso. El fracaso en sí no es lo importante. Lo que lo sigue de inmediato, la interiorización, el cuestionamiento del propio yo, así como la desesperanza, son las claves para afrontarlo. Es un nuevo comienzo y una oportunidad para darse cuenta de las propias limitaciones y crecer con la duda. Mi disposición interna ha ido cambiando sobre todo gracias a mis repetidos fracasos. Y con ello no me he vuelto más blando, sino más resistente.
Y es que, al fracasar, descubrimos nuestras limitaciones. Por eso el fracaso es una experiencia más intensa que el éxito. Coronar la cumbre significa que lo has logrado, nada más; con ello desaparece el objetivo. Con el fracaso, el objetivo permanece. Puede que después venga la desesperación como necesidad de entender el fracaso, como aceptación de los propios límites. ¡Cuántas veces he fracasado!, ya cuando era un muchacho. Pero, quien nunca haya fracasado de joven, puede que más tarde no entienda la desesperación como un mensaje, como reconocimiento de la propia limitación, sino que perciba el fracaso como un callejón sin salida. Sí, hay que ir asimilando el fracaso poco a poco. Al hombre que se hunde con la primera derrota le ocurre lo mismo que al escalador que, al verse en la grieta de un glaciar, no se defiende, no se opone a la desesperación agresivamente, luchando por su vida con fuerza. Siempre que me he enfrentado a nuevos desafíos no ha sido porque fuera más ambicioso que los demás, sino porque quizás veía en el fracaso un motivo suficiente para volver a intentarlo.
REINHOLD MESSNER “Mi vida al limite”
2 comentarios:
¡Hola! no sabía que tenías un blog, joder que despistado soy. Ya te he enlazado también desde el mío. Pues nada, un saludo.
Un fragmento precioso y que se puede aplicar en todos lo ámbitos de la vida, la verdad.Gracias por compartirlo, un abrazo!
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